3 de julio de 2008

BREVE CRÓNICA DE UN REENCUENTRO

Hace dos semanas asistí a un homenaje sorpresa a mi antiguo profe del Taller de Escritura, que este año nos abandona después de 15 años porque sí, porque se lo merece, eso de vivir del cuento. Su chica estuvo 4 meses preparándole a escondidas un fiestón en la sala Clamores y recopilando para él un libro fantástico de recuerdos y anécdotas.


© TALLER DE ESCRITURA DE MADRID

No me puedo permitir una crónica mejor que las suyas, así que aquí tenéis la fidedigna versión de los protas:

- la del homenajeado

- la de la pelirroja cañón


Yo estaba avisada con tiempo pero, cosas de la agenda compartida, mi informático preferido convocó paralelamente a 23 personas en nuestra casa para hacer una barbacoa ese mismo día. Cuando quisimos darnos cuenta, hasta los niños habían reservado un trozo de césped, así que fue inevitable: yo tuve que largarme cuando aquello empezaba a ir in crescendo. Sin anestesia ni ná, pero no dolió porque para mí (como para todos), Enrique Páez siempre fue mucho más que un maestro de escritura creativa.

Llegué un poco tarde, recogí mis dos libros y traté de reconocer a alguien con quien sentarme, pero mi miopía se conjuró con la oscuridad y no hubo manera. Me pedí un tercio y me acurruqué discretamente a un lado de la barra a disfrutar del sarao, que buena se montó.

Cuando nos fuimos a cenar, más de 60 personas en manifestación viviente, las calles de Malasaña empezaron a hacerme efervescencias por dentro. Nostalgia, creo que le llaman.



Y allí estaba yo, rodeada de escritores, cuentacuentos, profesores, traductores, periodistas, actores, y varias decenas de oficios más. El perfil de los alumnos siempre fue variadísimo y yo siempre me encontré un poco fuera de contexto, pero nunca ajena. En algún momento de la noche, sí, lo confieso, me pudo la rabia de no poder contarle a alguien que, en estos 10 años sin vernos, había cambiado de profesión y que me dedicaba a… ¿?, pero a diferencia de otros entornos, no me sentí juzgada, ni tampoco gris entre tanta gente que me resultaba interesantísima. Se respiraba algo mucho mejor que el glamour, pero nadie parecía sobrar.


No me dio tiempo a nada. Sabía que me iba a perder algo grande en la librería, en el café, o en el karaoke, pero me había comprometido a ser una anfitriona medio cumplidora, por eso, contrariada hasta decir basta, me despedí como pude y volví con mis invitados. De camino al parking de Olavide, no era yo, sólo una amalgama irregular de euforia y desasosiego. Y los 50 kilómetros de vuelta a casa los condujo una párvula inquieta, removida por dentro. Pero según me comía la noche de las montañas, el torbellino se transformó en paz. Y en unas ganas locas de llegar y ponerme a escribir.

Cuando aterricé en la post-barbacoa, no hubo vítores ni trompetas, excepto de mi chico, que sonrió con gratitud al verme aparecer por el jardín. Los todavía presentes me protestaron por haber vuelto sin una sola amiga escritora (vaya morbo provocáis!). Así que me di al alcohol con ellos, a la salud de los que se habían quedado cantando.


Quería colgar este post al día siguiente, para dar las gracias, para decir todo lo que la desazón me impidió balbucear el día 14. Pero he tardado muchas noches en digerir las emociones, en leerme todo el libro y los textos de los blogs. Me he contagiado con la crónica desconcertada del Sr. Páez. Casi muero a carcajadas con el video de “Yo soy aquél”, que podría ser una visión muy restringida de lo que se coció allí, pero también resume el espíritu del Enrique más anárquico y truhán. Me ha conmovido la crónica paralela de la (supongo) exhausta Bea, la verdadera artífice de todo este tinglado. Y me he empapado de las contribuciones a ese libro-tributo, que en algunos fragmentos casi me arrancan una lágrima… (si yo no tengo nada que ver y he rozado la conmoción, no quiero ni pensar cómo estará el maestro!)


Pero sobre todo, he hecho inventario.

Me faltaron cosas, como despedirme de Ángel Zapata, a quien me hizo ilusión volver a ver. O como reírme más rato con Elena y Javier, con quienes me gustó reencontrarme, aunque con ellos nunca llegué a compartir letras porque el contexto fue otro bien distinto.

Eché de menos a Rafa Cervera, que me enseñó a apreciar el rock del bueno. A Lara López, a quien no veía desde Frigiliana y a quien nunca pensé iba a agradecerle tanto una omisión… ella lo sabe. A Berna Wang, aunque seguramente ella no se habría acordado de mí porque yo era insignificante en su polifacético mundo de cuando la conocí. A Nuria Izquierdo y sus microcuentos. A Nacho Ayerbe, a quien debo mi entrada al Taller (y un puñado más de cosas). A Diana Arrastia, con su disfraz imposible de diosa sesentera la última vez que la vi. A Miguelito, de quien tengo un guión comentado en los márgenes desde hace 7 años. A Javier Sagarna, que creo que ni siquiera me conoce pero que hace dos días me ha reconciliado conmigo misma, haciéndome entender que se puede descubrir una vocación tardía.


Y después de mucho pelearme con mis profundidades, he entendido todo lo que realmente me turbó:

Mi amigo Ismael Perpiñá me recordó que no está bien quejarse de vicio. Y me llegó a las entrañas con su abrazo en Clamores y después con su "hilo conductor de la afectividad", así que no se va a librar de mí tan fácilmente. Abre tu mail, Isma.

Mi casi-amiga Isa Cañelles, en tan sólo 3 minutos, me regaló un retrato de mí misma que yo nunca habría sido capaz de ver. Y me dejó, una vez más, la sensación de que se nos había quedado algo en el tintero… será, como dice ella, esa “jerigonza amable que ponga freno al estómago, que no deje que el corazón se escape y lo ponga todo perdido de sentimentalismo”. Días después me ha hecho estremecer, otra vez, con su muy subjetiva crónica. Detesto el adjetivo 'auténtica' tanto como la Navidad, pero no sabría cómo definir mejor a mi particular Musa del Taller. Gracias por haberte cruzado en mi sendero.

A ti, Bea, enhorabuena por tu nuevo libro de cómo contar, bienlogrado arañándole minutos al evento, menos mal que te escapaste al Caribe (estás radiante en la foto de tu blog!!!) Y gracias por ser la co-protagonista de esta gran fiesta. Gracias por la foto en tu crónica. Gracias por elegir a todos esos amigos y participantes, porque leer tantos “me cambió la vida” juntos enciende una luz en mi túnel de ahora mismo. Pero, ante todo, gracias por hacer tan feliz a Enrique.

Y me queda el homenajeado… sí, ese tipo mágico, personaje y persona, que nos conquistó a todos por desiguales motivos, por inigualables razones. Por ser un escritor asombroso, que con su mensaje desata polémicas, desadormece mentes, o revienta cremalleras. Por ser un profesor atípico, saltándose todas las convenciones cuando le da la gana, empeñándose en sacarle el jugo a cualquier texto para que no desfallezcas, gravitándonos años después cada vez que nuestra pluma se afila. Por ser un hombre extraordinario, que se complace con las alegrías de sus amigos y que alienta a quienes ni siquiera lo son tanto. Esa noche, puñetero él, me instó a escribir más, incitándome por supuesto a gamberradas mixtas con huevo, del corte “Hoy me ha salido un grano. Qué fastidio. Mañana os sigo contando.” :-D A ti ya no se te puede decir nada más. Solamente gracias por merecerte un homenaje y unirnos a todos. Y gracias por, como dice Chema García de Lora, “prohibirnos prohibir” o, en palabras de Elena Belmonte, hacernos unir la escritura a la palabra libertad.

1 comentario:

  1. Un gran aplauso. Una ola. Trompetas de Jericó. Tú sigue escribiendo, que eso libera toxinas y endorfinas. Gracias por la contracrónica. Un beso gigante.

    ResponderEliminar

(Deja tu loncha):